miércoles, 18 de febrero de 2009

La perra “Colette”

Otro texto de uno de nuestros talleristas, Juan María Ramos, escrito a partir del título que propuso uno de sus compañeros.


"Colette es una perrita pekinesa muy presumida, coqueta y resabiada. Con decirte que ladra en francés con los ojos entornados: “Guau, c’ est moi” – parece decir.
Lleva lazos color rosa en la cabeza y una especie de jersey de lana, “pret a porter”, de Ágata Ruiz de la Prada. Se sienta o se tumba – según la categoría de los visitantes – en la “chesse longue” del cuarto de estar del pisito que comparte con su dueña Desirèe . Elige la postura con sumo cuidado para dar la impresión de descuidada naturalidad. Casi siempre se le ve aburrida. Quizás, eche de menos los paseos por los bulevares parisinos como mascota de una señora muy “chic” con abrigo de visón, sombrero de plumas y zapatos de tacón puntiagudo con la que sueña cada noche.
Colette muestra cierta indisimulada superioridad sobre los perros del vecindario a los que encuentra toscos, pueblerinos y maleducados. Por los chuchos callejeros siente verdadera aversión y no mueve un solo músculo cuando pasan a su lado. Los ignora, como si fuesen fantasmas perrunos que ella se niega a percibir.
Es de apetito delicado. Sólo come platos especiales precocinados por un prestigioso cocinero de la “nouvelle cuisine”, que sólo se encuentran en la sección de delicatesen del “Corte Inglés” a precios astronómicos.
Cada dos meses tiene cita con el veterinario para revisión de la vista y con el peluquero canino, que, por cincuenta euros, le lava, marca, corta, escarda y cepilla el pelo hasta dejarla irreconocible.
Estuvo secretamente enamorada de un caniche muy encopetado cuyo dueño era teniente de artillería. No llegaron a nada serio porque al teniente lo trasladaron, repentinamente, a Zaragoza. Desde entonces anda con la mirada perdida y tristona, no se sabe de cierto si por el recuerdo del atractivo caniche del teniente artillero o por su incipiente miopía.
Si Desirèe se detiene a contemplar la fotografía que guarda del teniente de artillería sobre la mesita del recibidor, Colette, pone las patas delanteras sobre el tapete blanco y se asoma, también, para mirar al caniche que acompaña al militar de la fotografía. Entonces, sus ojillos miopes se le ponen llorosos y piensa que si su dueña, Desirèe, hubiese sido valiente y se hubiera atrevido a irse a Zaragoza con el artillero, probablemente, la vida de ambas sería muy diferente."

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